Avui tornem a recuperar un text nostre de la desapareguda revista d’àmbit estatal Lars Cultura y Ciudad, en aquest cas un llarg reportatge dedicat a les sales de cinema a la ciutat de València. Portava el títol original “La ciudad que amaba los cines” i fou publicat el 2009, en el número 17.

Como el resto de urbes, de cualquier tamaño y morfología, Valencia ha sufrido los severos ajustes en la industria de la exhibición cinematográfica y el carrusel de cierres de salas. Cines con personalidad propia sustituidas por espacios fríos, industrializados, estandarizados. Pero queda un frondoso recuerdo de la que fue, durante gran parte del siglo XX, una auténtica ciudad de cines, un foco contemplativo de gran vigor en relación a la dimensión de la ciudad. Una pequeña historia sociológica, pero también arquitectónica, que merece la pena recuperar.

Como en gran parte de Europa, los precedentes de la exhibición en Valencia hay que buscarlos en las postrimerías del siglo XIX, cuando el cinematógrafo se convierte en un fenómeno de masas. Asociado al éxito fulgurante del invento de los Lumière, aparecen las primeras estrategias de distribución y exhibición, en manos de “feriantes nómadas” (1), como les denomina Roman Gubern, que conviven en un primer estadio con las atracciones de la época. “Junto al tragasables y la mujer barbuda, se exhibe la última rareza, el Cinématographe Lumière, en ferias y parques, en barracas de madera y ante un público popular (…) Arte nómada y plebeyo, no tardó en asentarse en las principales ciudades, integrándose en los programas de algunos café-conciertos franceses y music-halls ingleses o americanos”, relata Gubern. Valencia, ciudad a veces perezosa en sus adhesiones a la modernidad, accede relativamente pronto al asombroso invento. Será en septiembre de 1896, en el Teatro Circo Apolo (2), de la mano de Charles Kalb, técnico francés que disponía de equipo de proyección propio y material fílmico de la factoría Lumière. El expectante público asiste al milagro tras visionar la comedia Zaragüeta, en cartel por entonces. La proyección es un éxito y empuja al Apolo a ampliar los cinco pases previstos en principio a cincuenta. La mecha prendió. En octubre de ese mismo año, el Teatro Ruzafa estrena sus propias películas. Y le siguen otros escenarios como el Principal, el Novedades o el Princesa, que introduce una novedad crucial, la de encomendar al francés Eugène Lix, ayudado en la dirección por los pintores Stolz y Benavent, producciones específicamente valencianas, rodajes de escenas y lugares típicos que se convierten en el primer material fílmico rodado en Valencia. El resto de empresarios teatrales, aguijoneados, incorporan pantallas para alternar el arte escénico con las proyecciones. Otros, mientras, alumbran las primeras instalaciones específicas del nuevo arte, ubicaciones precarias y barracones portátiles que, conforme avanza el siglo XX, evolucionan hacia un nuevo estatus como salas fijas de proyección. Un proceso paralelo a los primeros intentos valencianos de generar producción propia, con la que atraer el interés del público. O la de aunar los procesos de producción, distribución y exhibición, a veces con propósitos excesivamente ambiciosos que acaban en quiebra, como en el Cinematógrafo de la Paz. En la segunda década del siglo, en cualquier caso, el cinematógrafo ya está consolidado en Valencia. Se da un paso más. “La proyección de películas, molesta por el centelleo de las imágenes, va a progresar notablemente a partir de 1908. Y al eliminarse las causas de fatiga de la proyección, la práctica de los entreactos frecuentes deja de ser necesaria y la longitud de las películas aumenta (…) Y para albergar estos programas que podían rebasar las dos horas hubo que construir salas cómodas y bien equipadas, como esos primeros Palaces que edifican Pathé y Gaumont y en cuya decoración y estructura se percibe el complejo de inferioridad que el cine arrastra, todavía, frente al noble espectáculo teatral”, señala Gubern en relación al caso francés. Valencia no será una excepción. En 1914 se inaugura el Trianón Palace, un cine diseñado por Javier Goerlich, responsable de numerosos proyectos asociados al cine durante años, y autor también de una efímera remodelación de la actual Plaza del Ayuntamiento. Un edificio con fachadas jalonadas de elementos modernistas y barrocos, pastiche propio del momento, que el propio Goerlich calificaría después como un “alarde de pastelería” (3).

En los años de la Gran Guerra se abandonan las pulsiones productivas, pero emergen, entre los solares del centro, cines de nueva planta a los que todavía se les da un uso transversal. Hay proyecciones. Y obras clásicas de teatro, zarzuelas o boxeo. El cinematógrafo acusa el desgaste por la pérdida de sensación de novedad y las contingencias del conflicto bélico. “Son años de confusión para el público, pero también lo son para el empresario que lucha por estar al día del variante gusto y la moda de su clientela que muchas veces se decanta más por el género lírico que por el cine”, advierte Miguel Tejedor. Sin embargo, el mismo autor concluye que “la década de los años veinte es la del definitivo asentamiento del cine en Valencia” (4). Las mejoras técnicas y artísticas contribuyen. Y aparecen los grandes cines de nueva planta, como el Gran Teatro (el grandioso Cine Rex en los años 40) o el Coliseum, proyectados en los estudios arquitectónicos más notables de la ciudad. El primero nace como teatro, con pretensiones de distinción, en un solar de la familia Trénor. Lo diseña Francisco Almenar Quinzá y se inaugura en 1923. Al año de inaugurarse, el Gran Teatro ya funciona como cinematógrafo. No es el único. Ese mismo ejercicio, todos los teatros ofrecen proyecciones. El Coliseum, construido por iniciativa de la familia Pechuán, la más relevante saga del sector de la exhibición en la capital valenciana, es diseñado en 1926 por el arquitecto Francisco Mora tomando como modelo para la fachada la modernista Estación del Norte. Lo más significativo, sin embargo, su capacidad: 2.627 localidades, el más grande de España por entonces. Muestra del tirón, ya inapelable, del nuevo espectáculo.

El cine sonoro y el “esplendor republicano”. El período siguiente será el de una adaptación, tímida al principio, por el alto precio de los equipos, a la nueva realidad del cine sonoro. Con la excepción del Gran Teatro, fiel durante largo tiempo al material mudo, los empresarios toman posición. El señorial Olympia, inaugurado en 1915 como teatro, acoge la primera proyección de sonido sincrónico, el 5 de febrero de 1930, con El arca de Noé. Emilio Pechuán, poco después, instala el nuevo sistema en el Lírico (antes Trianón) y en el Coliseum. Años, en la década de los treinta, de ajustes en el sector de la producción y la distribución. Pero sobre todo de expansión. Entran en escena salas como el Capitol, inaugurado en 1933 con la voluntad de ser uno de los mejores cines de España. Proyectado por Joaquín Rieta y decorado por Arturo Boix, el Capitol contrapone las líneas adustas de su exterior con un interior de concepción racionalista y una distribución de elementos moderna, cómoda y funcional, con refrigeración y una disposición en arco del patio de butacas que facilita la visibilidad. Una voluntad racionalista que adopta su expresión más lograda con el Rialto, actual sede de la Filmoteca Valenciana, construido en 1935 según el diseño de Cayetano Borso de Carminati, a imitación en la fachada de los rascacielos de Manhattan y con un interior Art Déco que recogía, en sus cuatro plantas, diversas posibilidades de ocio: sala de proyecciones, terraza de verano, cafetería y sala de fiestas en el sótano. La irrupción en pleno centro de Valencia de la modernidad. Antes, en 1933, otra vez la mano de Arrieta, se inaugura en el barrio de Ruzafa el cine Tyris, creado a instancias de los Pechuán como la alternativa periférica pero distinguida a los grandes cines de estreno del centro.

La eclosión no puede disociarse del éxito imparable del cine sonoro y la fijación de los géneros cinematográficos importada desde Hollywood. Con todo, el final de la década, en plena Guerra Civil, presenta una peculiaridad en Valencia: a diferencia de otras zonas del Estado, en las que el conflicto condiciona la exhibición, la capital del Turia, sede del gobierno republicano durante muchos meses, se convierte en un foco cuantitativo de espectáculos de todo tipo. La razón es un súbito aumento poblacional fruto de las miles de personas desplazadas a la ciudad huyendo de las tropas golpistas o por razones administrativas. Frente a las reticencias de algunos sectores, partidarios de limitar la actividad lúdica por solidaridad con el resto de zonas en guerra, se impone la voluntad de las autoridades de mantener en la nueva capital una cartelera bien nutrida con la que obtener ingresos y entretener a las tropas y a los defensores civiles de la causa republicana. O, también, distraer y atemperar los ánimos de los tibios y contrarios a la causa que habitan Valencia, puntualiza el dramaturgo Josep Lluís Sirera (5). En esos años, funcionan en Valencia una cuarentena de salas. Cine y teatro combinados en las salas con encendidos mítines políticos con los que enaltecer la causa republicana. Como muestra, en un suelto del diario ABC, del 20 de abril de 1937, se da cuenta de un “concurrido” mitin en el Cine Capitol, organizado por la Junta de Ayuda a Madrid. No fue el único, ni mucho menos.

Cine al alcance de todos. Terminado el conflicto, y superados los primeros años de carestía extrema de la posguerra, el cinematógrafo se extiende como una mancha de aceite. Nacen nuevas salas, en el centro y la periferia, los llamados cines de barrio, de tal forma que únicamente uno de los poblados marítimos, Nazaret, el más degradado, carece de sala. Ni siquiera las entrañas de Velluters, el inquietante Barrio Chino de entonces, se verán privadas de cine. La televisión tardaría en llegar y su implantación en los hogares sería lenta. “El cine y el teatro eran, pues, la única evasión posible”, recuerda el escritor valenciano Fernando Vizcaíno Casas (6), “para la mayoría, la diversión por excelencia. Para algunos, además, un vehículo para acrecentar nuestra formación, nuestra sensibilidad estética”. Un monopolio que facilita ambiciosas apuestas empresariales, como la conversión del Gran Teatro en el lujoso cine Rex. Un encargo de la inevitable familia Pechuán, propietaria de la sala, al no menos inexcusable Javier Goerlich, con el objetivo de crear una de las mejores salas de España. El Rex se inaugura en diciembre de 1945 con excelentes acabados y una lujosa decoración, de aires neobarrocos, obra de Arturo Boix, que incluye un elemento característico, una enorme lámpara central inspirada, al parecer, en la película El fantasma de la ópera. Su capacidad: 1466 localidades. En esos años, todavía aparecerán algunas salas más de aforo considerable: el Monumental Levante, en el Grao, para 1500 personas. Otra incorporación en los años cincuenta es la del cine Lys, pionero además en incorporar el Cinemascope. Pero también surgen salas de barrio, de capacidad media, como el Astoria (675 localidades) o el Majestic, e incluso algunas más pequeñas, ubicadas en bajos comerciales. Estreno y reestreno. Sesiones de dos y hasta tres películas. Diversidad de precios: una butaca en 1940 podía oscilar entre 0,50 pesetas de cines de reestreno de tercera, como Majestic y Mundial, y la peseta y media de salas de estreno de la categoría del Olympia. “Los cines de reestreno apenas existen en estos tiempos, cuando las películas se agotan en su premiere (…) Pero entonces fueron los preferidos de estudiantes, desocupados y gentes de pocos posibles. Por esas perras (…) podíamos pasar toda una tarde, con dos (y hasta tres) películas largas, dos documentales, algún dibujo de Disney y el inevitable No-Do”, recuerda Vizcaíno Casas”. El crítico de cine y profesor titular de comunicación audiovisual Juan Miguel Company, entrevistado expresamente para este artículo, añade otra ventaja sustancial de aquellas salas. “En los cines de barrio entraba todo el mundo, las calificaciones no se respetaban. En el cine Boston se sabía de antemano en qué día iba a ir el inspector gubernativo. Pero sólo le enseñaban el patio de butacas. Y el portero nos decía a los niños: ‘Hoy arriba’, donde este señor no subía. Sólo teníamos que estar calladitos para no ser detectados”.

Es la época dorada del cine, espectáculo sin apenas competencia, germen de la educación sentimental, y a veces existencial, de miles de valencianos. Y fuente de un anecdotario inabarcable. La consabida censura de la época convive con prosaicos y arbitrarios cortes de a veces una bobina entera, con los que los cines trataban de ajustar los horarios. De forma tan desafortunada como la de hacer desaparecer el flash-back de Casablanca, recuerda Company, sin el cual se hacía ininteligible la relación entre Rick y Ilsa. “Eso se prologó algún tiempo. En el año 1966, el Cine Serrano proyectó El Cardenal, de Otto Preminger, a la que también le quitaron una bobina. La casualidad fue que desaparecía el episodio nazi. Yo achaqué los cortes a la censura, porque ignoraba que la cosa era mucho más pedestre”, rememora el crítico. Salas con olores característicos. No solamente la falsa piel de las baqueteadas butacas, sino también los potentes ambientadores con los que, algunas salas, trataban de disfrazar el aroma a humanidad. “Estamos hablando de años donde la gente se lavaba menos y a aquello se le denominaba ozonopino”, explica Company, un curioso sustantivo del que Jardiel Poncela, en Eloísa está debajo del almendro (1940), llega a extraer un verbo casi imposible: ozonopinear. Un “perfume dulzón y algo repugnante”, según la versión de Vizcaíno Casas, referida a la fumigación del Actualidades. Olor a sudoración y a su antídoto. Pero también a bocadillos de tortilla de patata y cebolla, entre otros manjares caseros. Con algunos límites: algunos cines instalaban carteles prohibiendo, con motivaciones obvias, el consumo de frutos secos. En contraposición, la selecta publicidad del Rialto, que invitaba a visitar, con ínfulas de refinamiento, “nuestro selecto ambigú”.

cartel-Niñas-al-salón (Custom)

El declive. El corpus valenciano de salas vivirá a partir de entonces diversos embates. El primero, a finales de los años sesenta y principios de los setenta, con el crecimiento de los aparatos televisión. Ayuda asimismo el trasfondo de la especulación urbanística, con la subida de precios de los solares. Diversas salas son derruidas y en su lugar aparecen bingos, supermercados o discotecas. A cambio, pocas incorporaciones nuevas: los cines ABC Park, inaugurador en 1977 con la contradictoria coincidencia, anota Company, de la presencia del obispo de Valencia y el estreno de la chispeante cinta de Rafael Gil Niñas, al salón. La segunda criba, ya en los ochenta, tiene que ver con la irrupción del vídeo doméstico. El Astoria cierra en 1983 y deja paso a un supermercado y el Avenida, uno de los últimos cines de reestreno, es sustituido en 1993 por un aparcamiento. Son algunos ejemplos. Ni siquiera el histórico y elegante Capitol aguanta porque no hay público suficiente para llenar su enorme sala. Por su parte, el Gran Vía echa el cierre en 1999 tras estrenar Titanic, de forma más casual que simbólica. Mientras, el Colón, el pleno barrio de Velluters, consiguió sobrevivir hasta 1999 convertido en sala X. El vídeo también acabó arrasando a este subgénero. Al menos el céntrico Goya cedió su espacio a una librería, preservando la actividad cultural. Una historia poco edificante de despedidas en la que no faltan episodios realmente trágicos. Es el caso del Cine Español, el de mayor capacidad de la periferia, con 1.500 butacas, que fue borrado literalmente en 1971 por un incendio. Quizá las llamas le privaron de un final con menor carga cinematográfica. Mientras, el Princesa, cerrado como cine en 1964 y reabierto en los setenta como teatro, se dejó cubrir con las telarañas del abandono. Con consecuencias dramáticas: en 1999 fallece un joven durante el abrupto desalojo de una comunidad okupa. Las espesas negociaciones entre propietarios y ayuntamiento para dar una salida de tipo cultural al local se prolongan tanto tiempo que, en febrero de 2009, las llamas dan cuenta del Princesa. Hay, de hecho, pocas salidas honrosas en este relato. En el lugar del Lys, en la céntrica calle Ruzafa, foco de espectáculos durante años, se alzaron unos modernos multicines, todavía en funcionamiento. Y el Olympia sobrevivió, curiosamente, recuperando su actividad teatral. Ahora mismo es una de las escasas salas privadas de Valencia dedicadas al teatro. Trayecto con paralelismos al Musical, restaurado recientemente para albergar espectáculos musicales y teatrales. Caso aparte es el Rialto, convertido en sede de la Filmoteca Valenciana y, paradojas de la vida, único sala de reestreno de la ciudad, por decirlo así. El resto, una rastrera de cadáveres, algunos exquisitos, otros más modestos, fruto de la estandarización y los nuevos y discutibles hábitos de consumo.

NOTAS:

1. GUBERN, Roman, Historia del Cine, Tomo 1, Editorial Baber, 1989.
2. TEJEDOR SÁNCHEZ, Miguel, Valencia, ciudad de cines, 1940-1950, Filmoteca de la Generalitat Valenciana, 1999.
3. Un ejemplo contrapuesto, de sorprendente modernidad, sería el Cinematógrafo Caro proyectado por Vicente Ferrer Pérez, al que Álvaro de los Ángeles dedica un monográfico en este mismo número de Lars.
4. La bibliografía específica sobre la historia de los cines en Valencia es más bien escasa. El grueso de los datos y fechas de este artículo están extraídos de la valiosa y concienzuda investigación de Miguel Tejedor, cuya actualización, todavía pendiente, sería enormemente interesante para completar el panorama.
5. VARIOS AUTORES, Teatre en temps de guerra i revolució (1936-1939), Punctum, 2008.
6. VIZCAÍNO CASAS, Fernando, Valencia: cartelera de espectáculos (1940-1950), Diputación de Valencia, 1999.

5 Comentaris

  1. Me consta que Miguel Tejedor está ultimando una nueva edición actualizada sobre los cines de Valencia. Estar atentosl. ¡Será un bombazo informativo e imprescindible para todo valenciano y amante del séptimo arte, incluso amante de los recuerdos de nuestra ciudad!. Si queréis ver todos esos cines en imágenes, gracias a la gentileza y al trabajo de Miguel Tejedor, visitar el link:
    http://www.prospectosdecine.com/?nav=sinopsis&nomtabla=FOTOGRAFIAS%20DE%20SALAS%20DE%20CINE
    Saludos

  2. MIGUEL TEJEDOR

    Hola a todos los amantes del cine y en especial a Xavier Aliaga por éste excelente trabajo y que acabo de descubrir.
    Sólo añadir que tiempo atrás publiqué un amplio trabajo sobre las salas de cine de Valencia que abarca la trayectoria de más de 70 cines.
    El título es ” El libro de los cines de Valencia (1896-2013).
    Saludos.
    Miguel Tejedor
    valenciadecine@gmail.com

  3. Xavier Aliaga

    Moltes gràcies, Miguel,

    el reportatge, malauradament, és anterior al teu llibre amb la informació ampliada, però està bé que ho digues per a la gent que vulga aprofundir en el tema.

    Enhorabona per la faena.

    Una salutació ben cordial!

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