Hay cosas, querido Luís, que no las ves porque no las quieres ver. Hasta que te saltan a la cara y te comen los ojos. Nos habíamos hecho el último cortado, en l’Albereda, como casi siempre antes de que los encuentros se hicieran más espaciados. No por gusto, porque hablar contigo era siempre era enriquecedor. Las obligaciones, la crianza, el trabajo fuera… Un poco desidia mía, si quieres. Nos habíamos distanciado, pero sabía de estado de salud delicado, por decirlo así. Y tenía que verte. Estabas cansado pero animado, con tu proverbial locuacidad casi intacta, tan solo limitada por la fatiga. Un reencuentro tranquilizador. No sabía que sería el último.
Arxiva